Fatigado del camino se sentó,
solitario, junto al pozo de Jacob.
Cuando tú te acercaste era mediodía,
como siempre, como cada día.
Él te pidió: «Dame de beber»…
¡Un judío a ti, samaritana!
Y te habló de un agua viva,
aquel forastero en Sicar.
¡Si conocieras quién te pide de beber!
¡Si conocieras el don de Dios!…
Le pedirías tú a Él, y Él te daría
del agua que calma tu sed.
Le pediste de aquel agua para no tener jamás
ya que volver al pozo a buscarla.
Y en ti se convirtió en fuente de agua viva:
«¿No serás acaso el Mesías?»
Y dejando el cántaro, corriste al pueblo.
«Todo lo que yo he hecho me ha contado»,
les decías.
Y fueron muchos los que en Él creyeron
por tus palabras y lo que en Él vieron.
¡Si conocieras quién te pide de beber!
¡Si conocieras el don de Dios!…
Le pedirías tú a Él, y Él te daría
del agua que calma tu sed.